¿Alguna vez te has preguntado qué criterios tienes en cuenta a la hora de mostrar tu cuerpo a unas personas y a otras no? Normalmente elegimos por las razonas particulares que nos puedan mover a cada uno a hacer visible nuestro cuerpo o las partes del mismo que deseamos mostrar. Elegimos a quién le mostramos qué, con qué frecuencia y determinamos un nivel de intimidad que nos haga sentir cómodos o por lo menos, eso sería lo ideal.
Pero, ¿qué pasa si de un día para otro sufres una enfermedad, un accidente o un algo que te deja con importantes limitaciones físicas o si el paso de los años te hace depender de otras personas para tú cuidado personal? Me temo que en ese momento nuestro cuerpo pasa de ser privado a ser público. Cuando hablamos de aquellas personas que por su situación de dependencia, necesitan de la ayuda de otra u otras personas, para hacer las cosas que generalmente hacemos solos y en intimidad como es ducharse o asearse, hacer las necesidades básicas como defecar o miccionar, sacarse un moco molesto (aunque mucha gente lo hace en público), rascar, acariciar y disfrutar de una zona íntima, masturbarse, retirar la cera de la oreja, cortarse las uñas, cambiarse la compresa, el tampax o la copa, tener relaciones sexuales, ver un vídeo o peli porno o cualquier tipo de conductas que se nos puedan ocurrir que haríamos en la estricta intimidad de nuestra compañía o la de otro ser humano que hayamos elegido, pero siempre enmarcado en lo que para cada uno es su zona íntima y privada.
Muchas veces se dan por supuestas muchas cosas que ni siquiera preguntamos, como por ejemplo cuando cuidamos a alguien en situación de dependencia, damos por hecho que nos autoriza a acompañarle al lavabo, a ver sus partes íntimas, a tocarlas, y parece un acuerdo tácito entre las partes, que ha de ser así porque estamos ayudando y la persona ayudada lo acepta así porque parece la única opción, pero, y si nos paramos a reflexionar un momento sobre el tema, y si nos ponemos unos minutos en ese lugar en el que dependemos de otro u otros para hacer las cosas que ahora hacemos en nuestra intimidad?.
Wow, los cambios de perspectiva siempre ayudan a enfocar las cosas de manera diferente ¿verdad? Quizás si las personas con limitaciones físicas pudieran elegir, también pondrían límites a este nivel de intimidad. Lo cierto es que podemos llegar a ser muy irrespetuosos con los cuerpos de otros y no por maldad o porque haya una intención oculta para hacerlo, si no por total desconocimiento y por qué no decirlo, por falta de empatía, y sí, aunque parezca contradictorio porque ayudar es una cosa muy empática, la empatía deja de estar en el momento en que no comprendemos el pudor, la fragilidad y la exposición que puede sentir una persona al pasar de hacer absolutamente todo por sí mismo, a tener a alguien que le limpia, le asea, le enjabona, le…todo.
En muchos casos, el momento embarazoso de voy a enseñar mi cuerpo se produce con algún familiar cercano y después es un tira y no pares, porque se empieza sumar gente al carro, siendo cuidadores externos, cuidadores de algún centro o institución que no suelen ser uno si no varios distintos entre hombres y mujeres, más gente de prácticas, voluntarios, etc., y por favor, no jueguen la triste carta de que esa persona no se entera, no entiende, le da igual o es el recurso que tenemos, no se trata de NO hacerlo, sino del CÓMO lo hacemos y desde DÓNDE lo hacemos.Lo importante de esto insisto, es reflexionar sobre este hecho. Es evidente que las personas con dependencia física necesitan toda la ayuda que se les pueda ofrecer, para que estén bien y tengan una vida satisfactoria, así que por eso mismo, si estamos en la posición de cuidadores, familiares, trabajadores, etc., hagamos este acompañamiento físico desde el respeto y la consciencia plena, porque estamos ante un cuerpo que se vuelve público por circunstancias ajenas a la persona, a la que le gustaría hacer todas las cosas por sí misma, que puede sentir pudor de que otros la vean, de que otros la toquen o de que otros tengan acceso a zonas en las que antes sólo accedía la misma persona o las personas a las que ella les diese ese beneplácito.
No es algo utópico y tampoco es algo que las instituciones, las familias, los cuidadores u otras personas no puedan en cuenta, es sólo cuestión de ser conscientes y respetuosos, de quitarnos de cuando en cuando nuestros zapatos y ponernos aunque sea por un segundo los zapatos de otros y ver cómo nos aprieta o lo pequeños o lo grandes que nos puedan quedar y empatizar y comprender, porque acceder al cuerpo de otra persona es un privilegio que debemos honrar siempre.
Por: Claudia Zapata Caicedo
Psicóloga y Coach especializada en neuropsicología y sexualidad y colaboradora de Sex Academy Barcelona.